Hay un juguete que es muy útil para ilustrar la forma en que enfrentamos las crisis de nuestras vidas. Se trata del resorte. Si prestamos atención, cuando lo lanzamos escaleras abajo se doblará en cada peldaño hasta llegar al final sin romperse ni cambiar su forma. Algo similar pasa si lo estiramos.
Con esa imagen en la mente, podemos pensar en lo que es la resiliencia, es decir, el proceso de adaptarse bien a la adversidad, a una tragedia, un trauma o fuentes de tensión significativas, sin que ello nos transforme de una manera negativa.
La psicología lo aborda desde dos perspectivas. Por un lado la preventiva, es decir, trabajar en formar una personalidad resiliente y, por otro, la terapéutica, que consiste en el acompañamiento para superar las crisis.
La Asociación Americana de Psicología (APA, por sus siglas en inglés) señala que “la resiliencia no es una característica que la gente tiene o no tiene. Incluye conductas, pensamientos y acciones que pueden ser aprendidas y desarrolladas por cualquier persona”.
Son muchos los factores que influyen en que una persona desarrolle las cualidades resilientes y por eso se observan las diferencias en la forma que cada individuo aborda las crisis que va trayendo la vida.
Sin embargo, los expertos coinciden en que es posible desarrollar fortalezas del carácter que, cuando la situación lo requiere, se traducen en resiliencia. Algunas de esas estrategias están relacionadas con la creatividad y flexibilidad para afrontar los cambios, encontrar bienestar en distintas actividades o vínculos sociales, proactividad, disposición al perdón, empatía y espiritualidad.
El grado de resiliencia es diferente en cada individuo, pero a la vez cambia constantemente con cada etapa de la vida, se adapta a las vivencias cotidianas y se pone a prueba en los sucesos extraordinarios que pueden ser tan variados experiencias personales o colectivas (como las pandemias, desastres naturales, conflictos socioeconómicos, etc).
Podemos encontrar la forma de afrontar estas situaciones de distinta manera: estableciendo relaciones significativas, evitar ver las crisis como obstáculos insuperables, aceptar que hay experiencias que no están en nuestras manos controlar, no ignorar los problemas, buscar estrategias de crecimiento personal, mantener los cuidados físicos y mentales.
No obstante, sabemos que no siempre es fácil encontrar ese camino hacia la adaptación y la fortaleza por lo que la ayuda profesional funciona como una opción adecuada para darnos una mano y lidiar con el sufrimiento, desarrollar fortalezas y seguir adelante.